Ariel Ovando*
"El
dios de los escribas me ha concedido el don de conocer su arte.
He
sido iniciado en los secretos de la escritura.
Puedo
incluso leer las intrincadas tablillas en shumerio;
comprendo
las enigmáticas palabras talladas en la piedra
de
los días anteriores al Diluvio".
Assurbanipal [1]
¿Fue Adán el primer bebé de probeta? La
asombrosa pregunta se la hace Zecharia Sitchin en varios de sus libros acerca
de la cultura sumeria y su vinculo con los Anunnaki, seres mitológicos cuyo
nombre el autor traduce, literalmente, como "aquellos que de los cielos a
la tierra vinieron"; fascículos que conforman una larga serie que dio
comienzo allá por 1976 con el exitoso "El duodécimo planeta"y que dio
una gran cantidad de secuelas, numerables en la saga "Crónicas de la
tierra", de las cuales he seleccionado, específicamente, tres como fuentes
para este trabajo: "El Génesis revisado", "Hubo gigantes en la
tierra" y "Encuentros divinos" [2]
Reptilianos Crédito: guioteca.com |
El autor ruso rehúye de la búsqueda
ontológica clásica de la filosofía, y con mejor criterio (al menos para los que
buscamos tener entre las manos un texto ameno, novedoso y enriquecedor, un
mejor criterio para lograr un libro que responda a éstas exigencia propias del
lector), interpreta los sucesos de la mitología sumeria (y otras culturas
milenarias) con el paradigma tecnológico; es decir, retoma aquél axioma de
Bradbury por el cual la tecnología desconocida no ha de diferir demasiado de la
magia. Todo esto da por resultado una serie de interpretaciones que resultan
encantadoras para el lector ávido de encontrarse con evidencias de la
paleoastronáutica, y que ven demasiado aventuradas las teorías de, por ejemplo,
el escritor suizo Erich von Daniken. Una diferencia entre ambos resulta por
demás notable: la habilidad de Sitchin como traductor de lenguas pretéritas, en
particular, del sumerio y del acadio, ayuda a conformar en sus textos un
prolijo núcleo teórico en los cuales no solo se describe la simple interacción
de las culturas primitivas con inteligencias exóticas, sino como nuestra
especie sería el resultado de una hibridación genética humano-extraterrestre.
Pero vayamos por partes.
Mucho se ha escrito y especulado acerca
de cómo conductas de nuestros ancestros nos influyen de modo inconsciente, a
través de convenciones sociales que involucran a los comportamientos más
evidentes y los más subrepticios sin distingo alguno. Prueba de ellos son las
religiones, su vigencia puesta en evidencia por celebraciones y ademanes, los
infinitos rituales humanos vinculados al nacimiento, la reproducción, la
prosperidad y la muerte. Sitchin se permite ir un poco más lejos: afirma que la
tradición bíblica (una adaptación hebrea de antiguos mitos sumerios y
babilónicos) nos da serios indicios de que el dios detrás de los sucesos de la
Creación es, en realidad, todo un panteón de deidades (el autor relata que la
inquietud acerca de una historia universal para leer entre líneas surgió
cuando, aún en edad escolar, notó que la palabra "Elohim" es en
realidad un sustantivo más eficientemente traducido si es plural), y que los
mismos, en calidad de padres creadores de nuestra especie, nos han dejado una
inequívoca marca genética: nuestra avidez por el oro. La asombrosa afirmación
supone la naturaleza agónica del planeta original de los Anunnaki, llamado
Nibiru (traducido literalmente como "planeta de paso", llamado"planeta
X"), el cual necesitaría hacer uso de una fina película áurea para evitar
la desolación definitiva, y cuya materia prima es extraída de diversos yacimientos
alrededor de... nuestro planeta.
La cosmogonía sumeria relata como la
primer misión de los Anunnaki llegó a la tierra y se estableció en el Golfo
Pérsico para realizar tareas de extracción y como, una vez determinado el
fracaso en una etapa inaugural de la misma, una nueva incursión, con más
personal y novedosas tecnologías de extracción del preciado mineral en la zona
del África septentrional (el "Abzu", de acuerdo a las tablillas
sumerias), desencadenaría una serie de hechos que tuvieron como resultado la
creación del homo sapiens, tal como lo conocemos.
Cuando los astronautas Anunnaki (los
Igigi, "los virtuosos de los cohetes") se rebelaron contra sus
líderes, en particular contra el dios Enlil (quien tenía a cargo la misión en
la tierra) reclamando a viva voz por mejores condiciones de vida. "Somos
astronautas, no mineros esclavos", fue la premisa en aquellos días
protohistóricos.
Es aquí donde la interrogante inicial de
éste texto adquiere un sentido inesperado. Aparentemente, la solución
encontrada por los Anunnaki para continuar con las tareas de extracción fue la
creación de un "lulu", es decir "un cruzado", un ser
híbrido, resultado de la manipulación genética extraterrestre sobre el homo erectus,
al cual añadieron su propio ADN. Llamaron al nuevo ser "Adamu"
(nótese el parecido que tiene con el vocablo "Adán", del hebreo), el
cual, luego de un tortuoso proceso de prueba y error (los primeros humanos no
podían reproducirse, eran incontinentes o morían al poco tiempo, y muchas veces
no tenían la inteligencia suficiente para manejar herramientas muy
rudimentarias) fue destinado a las labores de minería, casi exclusivamente (merecen
un apartado anécdotas que no relatan como algunos "lulus" fueron reducidos
a la servidumbre o al oficio ritual)[3].
Cabe señalar la correspondencia del mito del diluvio en varias civilizaciones antiguas, como la hebrea, la china, o la hindú; eventualmente esta cosmogonía cuenta con un diluvio universal, pero lo novedoso es que aquí, todo parece indicar que tamaño holocausto no tenía otro objetivo que barrer los seres con defecciones genéticas. Puestos ante la evidencia de que antiguos textos describen eventos tecnológicos, estaríamos en presencia de una operación eugenésica, y no padeciendo la inestimable descarga de un castigo divino.
Cabe señalar la correspondencia del mito del diluvio en varias civilizaciones antiguas, como la hebrea, la china, o la hindú; eventualmente esta cosmogonía cuenta con un diluvio universal, pero lo novedoso es que aquí, todo parece indicar que tamaño holocausto no tenía otro objetivo que barrer los seres con defecciones genéticas. Puestos ante la evidencia de que antiguos textos describen eventos tecnológicos, estaríamos en presencia de una operación eugenésica, y no padeciendo la inestimable descarga de un castigo divino.
Sin dejar de atender a la prolijidad del
trabajo de Zitchin, a su lectura exhaustiva, a su continuo afán en la comprensión,
y reconstrucción de piezas lingüísticas de carácter virtualmente arqueológico,
a la evolución de lenguas muertas, a las cuales accede en sus más íntimos
rudimentos, hay que hacer un reparo importante a parte de su obra, y no es
precisamente en lo que concierne a la específica traducción de las tablillas con
caracteres cuneiformes (se ha sabido de detractores que han presentado sus críticas
a ésta, sin embargo, es un tema que trasciende largamente a esta entrada y a los
conocimientos de lingüística de quien escribe): en una especie de integrismo renovado
a partir del relato tecnológico, Zitchin busca, más que establecer territorios
de diálogo (entiéndase el sentido netamente lúdico que le atribuyo, más como
crítico que como observador científico) entre el mismo y esas literaturas
sagradas, vindicar a éstas últimas como la evocación de eventos que bien pueden
explicarse con los términos de un paradigma técnico ( en un rol de productor e
intérprete de sucesos al menos infrecuentes), sin proponer
en ningún momento la superación del pomposo discurso teológico: se diría que él
lo entiende apenas como una confusión de términos.
Llega a relatarnos sus
entredichos con los creacionistas, no para oponerles la teoría de la evolución,
sino para decirles que la Biblia tiene razón, que el verdadero error consiste
en interpretarla literalmente [4];
que afirmaciones tales como:
alude en realidad al origen de las primeras formas de vida en un caldo primordial, o que:
"produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra"
alude a la creación de las formas vegetales, antecediendo a la aparición de los animales, que en texto genésico queda asentada con aquello de "produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra"; semejante aseveración parece no tener en cuenta que muchos filósofos presocráticos (aún no se desliaba la especifidad de las ciencias, por lo que problemas propios de la biología les requería de la misma manera que cuestiones netamente ontológicas) también proponían los elementos como razón primera de las cosas, haciendo particular hincapié, justamente, en el agua (una forma de intuición que quizás tiene que ver con el hecho de que aquellos primeros cientistas consideraban a los seres acuáticos como formas de vida primitiva).
Así, una obra cargada de especulaciones enriquecedoras, termina empobreciéndose y su acento innovador, peleándose de manera casi irremediable con toda clase de aproximación a la ciencia (mientras escribo, me resulta imposible no pensar en la tramposa noción del diseño inteligente, y otras tantas teorías de dudosa cientificidad, sacadas a la palestra por grupos fundamentalistas en todo el mundo).
"y
el Espíritu de Yavhé se movía sobre la
superficie de las aguas"
alude en realidad al origen de las primeras formas de vida en un caldo primordial, o que:
"produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra"
alude a la creación de las formas vegetales, antecediendo a la aparición de los animales, que en texto genésico queda asentada con aquello de "produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra"; semejante aseveración parece no tener en cuenta que muchos filósofos presocráticos (aún no se desliaba la especifidad de las ciencias, por lo que problemas propios de la biología les requería de la misma manera que cuestiones netamente ontológicas) también proponían los elementos como razón primera de las cosas, haciendo particular hincapié, justamente, en el agua (una forma de intuición que quizás tiene que ver con el hecho de que aquellos primeros cientistas consideraban a los seres acuáticos como formas de vida primitiva).
Así, una obra cargada de especulaciones enriquecedoras, termina empobreciéndose y su acento innovador, peleándose de manera casi irremediable con toda clase de aproximación a la ciencia (mientras escribo, me resulta imposible no pensar en la tramposa noción del diseño inteligente, y otras tantas teorías de dudosa cientificidad, sacadas a la palestra por grupos fundamentalistas en todo el mundo).
El
Premio Nobel Francis Crick, co-descubridor de la doble hélice de ADN, se
preguntó alguna vez: "¿Cuáles son las
posibilidades de que un tornado que pase por un lote de basura que tiene todas
las partes de un avión, accidentalmente se junten y creen otro avión listo para
despegar? Las posibilidades son tan remotas e insignificantes incluso si un
tornado pasara por todos los lotes de basura del universo (...) Esto significa
que no es posible que la célula pase a existir por medio de coincidencias, y
por lo tanto, de modo definido, tiene que
haber sido “creada”” . De la misma manera, Crick se pregunta si
es posible que de un modo absolutamente natural, el hombre hubiese dado en un
tiempo relativamente corto en los términos de la evolución, el tremendo salto
que supone el pasaje del homo erectus al homo sapiens. A la luz de las
afirmaciones del galardonado biólogo, las teorías de Sitchin son
particularmente encantadoras: nos seduce su coherencia interna, y la revalorización
del universo mitológico en términos que a nuestra cultura posmoderna les
resultan muy familiares: no cualquiera encontraría ameno indagar el panteón de
la antigua cultura sumeria, y en cambio, son muchos los que han encontrado en
los libros del autor ruso, recientemente fallecido, un auténtico aliciente para
despertar su curiosidad respecto de la Antigua Mesopotamia, o han repartido sus
cavilaciones en la biología, la arqueología, astronomía, entre tantas otras
ciencias. En esta primera aproximación a su obra, no sería justo dar por
terminado el texto sin decir, a título absolutamente personal, que encuentro su
obra curiosamente entretenida, un punto de partida para tantas indagaciones e
intelecciones como nuestro humano ingenio lo permita.
5 de Diciembre de 2012
[1] Zacheria Sitchin, El duodécimo planeta, editorial Obelisco, Buenos Aires, pág. 15.
[2] Todos publicados por editorial Obelisco, Buenos Aires.
[3] Zacheria Sitchin, El Génesis revisado, pág. 169, Hubo gigantes en la tierra, pág. 151, editorial Obelisco, Buenos Aires, Argentina.
[4] Zacheria Sitchin, El Génesis revisado, editorial Obelisco, Buenos Aires, pág. 168.
[5] "Expresión Binaria.com", 07/08/13